miércoles, 17 de agosto de 2016

DEL HEDONISMO IMPERANTE

Del hedonismo imperante

El hedonismo suele entenderse como la “Doctrina ética que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato” y también como la “tendencia a la búsqueda del placer y el bienestar en todos los ámbitos de la vida”. (RAE).En líneas generales, pues, es una tendencia humana cargada de lógica, si no fuera porque a veces esa doctrina desplaza no sólo al bien, sino el respeto a los demás y en estos momentos es lo que (creo) está ocurriendo, hasta el punto de que respuestas como: “me da gana, porque quiero, a mi me gusta y vale, es mi problema” y cosas parecidas suelen justificar cualquier acción individual  o colectiva.

De ese modo esa búsqueda de “placer” se ha impuesto y desplazado no pocos conceptos éticos y morales y aun el de sociabilidad. Así ocurre con el comportamiento de muchos jóvenes los fines de semana, a los que no importa molestar con sus ruidos, música, cantos, borracheras, … a los demás y se hacen valer hasta el punto de llegar a enfrentarse a la policía, porque por encima de la autoridad está “lo que me da la gana hacer”.

Hoy mismo, en un periódico local, se daba cuenta de un altercado con un hombre de veintitantos años, que andaba por la estación de ferrocarril sin camiseta (desnudo de cintura para arriba) y que se ha enfrentado a los servicios de seguridad de RENFE y a la Policía autonómica, solo porque “el iba como quería y estaba en su derecho”.

Soy consciente que debajo de esos comportamientos hay muchos componentes y más problemas que los que caben en este lugar, pero es como si el motor y único objetivo del nuevo ser humano estuviera en ese hedonismo individual que señalábamos al comienzo.

Existe un clima de insatisfacción, de individualismo, de egoísmo… que confunde placer con felicidad (o esa relación puede ser una de las posibles a considerar en ese estado de cosas que enunciamos).

Sabemos que la cultura social potencia en cada momento histórico un tipo de felicidad con el que marca a los individuos. Y ahora es ese individualismo y una gran carga de materialismo lo que se sobrepone a todo lo demás. 

Hechos como el comprar, divertirse, beber, tomar productos que aceleren el paso a otro estado y el sexo parece que son los componentes de los tipos de felicidad que señalan los psicólogos (anticipatoria, momentánea y crepuscular, o sea, el placer de sentirse bien ante lo que se va a hacer, ante lo hecho y ante el hecho de recordarlo o contarlo).

Pero ni estamos programados para ser felices ni para mantenernos en estados placenteros durante mucho tiempo. La dopamina, ese neurotransmisor que hace que nos movamos hacia la consecución de algo, no es infalible. Es cierto que nos anticipa lo que puede ocurrir (aquello que nos hará más o menos felices), pero… no siempre acierta, aunque cada uno se justifique del modo que puede.

La cultura pareciera que influye en la traducción que hacemos ante la presencia de la dopamina. Así, cosas que han intentado inculcarnos nuestros padres para ser felices (por ejemplo: encontrar un trabajo estable, casarnos, tener hijos, tener un título académico, ahorrar…) pueden ser mutadas por otras y no creo que haga falta poner ejemplos ni detenernos más en esto.

Quizá es que nos equivocamos de cabo a rabo y resulta que la felicidad y el placer subyacente en ella está en cosas pequeñas, es algo intimo y su esencia está en el camino, no en la llegada, si se permite el símil.


El placer y a felicidad están posiblemente en el significado que damos a lo que hacemos y no en esas conductas que convertimos en nuestra “zona de confort” solo para esconder nuestras inseguridades o por conformismo o por miedo a enfrentarnos a nuestros problemas.

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