martes, 27 de septiembre de 2016

¿POR QUÉ EXISTE EL SISTEMA EDUCATIVO Y LA ESCUELA? (y V): La profesionalidad formativa en el ámbito no-formal

¿POR QUÉ EXISTE EL SISTEMA EDUCATIVO Y LA ESCUELA? (y V):
La profesionalidad formativa en el ámbito no-formal 

El proceso formativo, que hemos calificado de global y permanente, no puede contemplarse desde la perspectiva actual de un modo único o unitario. Existen diversas variables que, por su especificidad, determinan diferencias en ese proceso. Piénsese, por ejemplo, en cuestiones como la edad o la maduración, los dominios científico-culturales, los intereses o la proyección. Todas esas variables, que por su especificidad determinan diferencias, requieren tratamiento formativos especializados. Así, es común hoy hablar del profesor de educación Infantil, Primaria o Secundaria, del profesor de educación física, matemáticas o idioma extranjero, del de adultos, etc.. 
No olvidemos que la formación debe operar con acciones centradas en la especificidad de la relación ser humano-medio. Debido a ello apuntábamos que la actuación docente era, entre otras cosas, un proceso especializado de ayuda, cuyo eje es la enseñanza, esto es, una acción profesional, en la medida en que requiere preparación específica. 
Esta profesionalidad podría entenderse como “la expresión de la especificidad de la actuación de los profesores en la práctica, es decir, el conjunto de actuaciones, destrezas, conocimientos, actitudes y valores ligados a ellos que constituyen lo específico de ser profesor” (Como apuntara Gimeno, 1993: 54).

Con todo, es curioso observar cómo, a pesar del reconocimiento de esa especificidad, no existe una imagen social que refuerce esta profesionalidad en muchos de los campos de actuación en que se debe actuar “formativamente”. Quizá se deba al hecho de que en ninguno de los campos específicos de actuación se haya logrado ni una cultura común, ni una estructura específica de conocimientos en relación con esos campos o que, históricamente, sólo haya sido lo científico-cultural lo que haya regido la actuación docente o haya sido eso lo exigido de ella. 
Existen en nuestro entorno referencias más que suficientes sobre la situación, necesidad y formación del profesorado, por lo que podremos obviar consideraciones generales al respecto sin temor a generar vacíos en la comprensión del tema. Existe, eso sí, el convencimiento de que los modelos que vienen sirviendo de base a la formación y desarrollo profesionales de los formadores están en crisis. Esto ocurre tanto en el ámbito formal como en el no-formal, pero es especialmente grave en este segundo caso por cuanto este ámbito nunca ha tenido modelos específicos, sino que ha imitado los que regían en cada momento en el ámbito formal. 
Lo curioso es que la acciones en el espacio no-formal son percibidas también de modo especializado. Así, por ejemplo actuar con adultos o inadaptados sociales, en la animación socio-cultural o en formación ocupacional, en reeducación de toxicomanías o en escuelas o aulas taller, etc. se consideran acciones suficientemente específicas y diferenciadas como para exigirles una preparación en el mismo sentido, esto es, especializadas. 
Esta “especificidad” se suele centrar fundamentalmente en que es necesario actuar: 
Con actitudes distintas 
Con un curriculum de estructuras culturales diferenciadas 
Con nuevos planteamientos educativos 
Con diferentes componentes organizativos y metodológicos 
Con una indencia contextual más marcada 
... / ... 

En definitiva, se asume con claridad que en el campo no-formal es preciso contar con modelos formativos más dinámicos y más adaptados al entorno y a los individuos.

Del mismo modo que en el ámbito formal, se debe considerar que la formación de formadores en el ámbito no-formal es amplia, diversa, compleja, etc. y estructurada alrededor de conocimientos académicos (culturales en general), pedagógicos, sociológicos y psicológicos, aunque quizá con sentido distintos en cada uno de esos ámbitos. 
Diversos autores han establecido la especificidad de la formación de los docentes en el espacio formal.
Nosotros propondríamos, como base de discusión, el siguiente esquema: 
Cuadro no 4:


Somos conscientes de que ni formación ni profesionalidad son conceptos neutros y que ambos, por esta razón, deben asentarse en el concepto que se tenga de las estructuras sociales y de las teorías o contextos sobre los que se asienta. Esto, que es válido en general, es especialmente importante en el mundo formativo, dada la complejidad y carga ideológica de su propio proceso de actuación. 

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