domingo, 30 de octubre de 2016

LA INTERVENCIÓN EN EL ÁMBITO SOCIAL (II) Evolución

LA INTERVENCIÓN EN EL ÁMBITO SOCIAL (II)
Evolución 
La acción educativa se establece en la confluencia de los contextos cultural, social, individual y de proyección de estos individuos, como hemos dejado anotado. Todos esos contextos deben erigirse en ámbitos de intervención didáctica, en el sentido de que son los referentes en la construcción, desarrollo, perfeccionamiento, etc. de dichos individuos. 
Ocurre, sin embargo, que a medida que la sociedad y sus sistemas de relación se han ido haciendo más complejos, se han generado nuevas necesidades en general y muy especialmente en individuos o colectivos de población que, por una razón u otra, han ido quedando "descolgados" de la imparable evolución de la comunidad humana. Y no solamente han aumentado las necesidades, sino que se han ido diversificando y adquiriendo un carácter cada vez más específico debido, fundamentalmente, a la multivariedad y complejidad de los factores que han provocado su surgimiento. 
En este sentido podemos decir que el progreso ha provocado también la marginación de cada vez más amplios y numerosos colectivos de población que, por diversos motivos, no tienen la posibilidad u oportunidad de "subir al tren" de los cambios que implica dicha dinámica. 
Y no sólo el progreso científico, técnico y cultural provoca marginaciones, también lo hacen las coyunturas políticas y económicas, tanto a nivel macro (internacional) como micro (en cada país o región en particular). 
Mientras la evolución de la comunidad humana era lenta, los posibles casos individuales o grupales que entraban en un proceso de marginación o que estaban en situación de riesgo de iniciar tal proceso, eran muy fácilmente absorbidos y abordados, e incluso diríamos que "acallados" o "ahogados", por la propia comunidad social en la que se encontraban o aparecían. 

Hasta mediados del siglo XX estas marginaciones han pasado prácticamente desapercibidas, debido a que era muy reducido el número de individuos que se encontraban en una situación de tales características. En realidad, dado que no constituían un problema para la colectividad social -eran excepciones que no perturbaban el engranaje social establecido-, no era preciso prestarles atención especial. Era suficiente la labor ejercida por instituciones como la Iglesia o por grupos muy diversos de voluntarios para solucionar, de acuerdo a la concepción de la época, tales problemáticas. 
El tipo de intervención que realizaban tales grupos e instituciones estaba regida, predominantemente, por criterios paternalistas y asistencialistas y sus principios de acción emanaban de las ideas de la caridad cristiana. Cabe decir, no obstante, que en el trabajo que realizaban tales grupos de voluntarios podemos encontrar ya las formas más rudimentarias del Trabajo Social: informes sociales, observaciones, entrevistas, trabajo de casos, trabajo familiar, acogimiento y adopciones, protección a la mujer y a la infancia, internamientos y colaboración con diferentes agencias sociales, etc. 
Con el transcurrir de los años la sociedad ha ido exigiendo cada vez más de sus individuos. El resultado de ello, como ya hemos dicho, es que los individuos y colectivos en situación de marginación han ido en aumento a la vez que aumentaban y se hacían más complejas también las necesidades de esos individuos y colectivos. Ante esta situación, las instituciones que se han venido ocupando de los colectivos marginales o problemáticos ven reducidas sus posibilidades operativas, tanto las de carácter técnico (se hace imposible e inoperante actuar como se venía haciendo), como las relativas a los recursos. 
Por otra parte, dado que con el paso de los años las marginaciones y los marginados, o las problemáticas y las personas con problemas, se han hecho más numerosas, han sido y son también, en consecuencia, más visibles, más palpables, más "molestas" y preocupantes para la comunidad general. Debido a ello, las propias comunidades sociales, a través de diversos mecanismos institucionales, se ven obligadas a actuar para paliar el problema. Por una parte, para tranquilizar a la población general, ya que los colectivos marginales suelen verse como amenazas al orden social establecido y, por otra parte, para dar respuesta a las demandas de los propios colectivos afectados, lo cual, a su vez, contribuye al mantenimiento del mencionado orden establecido.

Si miramos a los países más desarrollados de nuestro entorno, especialmente a los de tradición protestante, donde las ideas seculares y del racionalismo y empirismo aplicado al Trabajo Social llegaron muchas décadas antes que a los países de tradición católica, veremos que se distinguen claramente tres fases en el tipo de intervención a que nos estamos refiriendo. 

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