lunes, 31 de octubre de 2016

LA INTERVENCIÓN EN EL ÁMBITO SOCIAL (III) Evolución (Continuación)

LA INTERVENCIÓN EN EL ÁMBITO SOCIAL (III)
Evolución (Continuación)

Vamos con esas tres fases anunciadas.
La primera es la etapa ya descrita en la que predomina el trabajo asistencialista imbuido de ideas religiosas. Esta etapa se extendería desde finales del siglo XVIII hasta las primeras décadas del siglo XX. Una segunda fase se iniciaría a partir de la primera guerra mundial y, especialmente, durante los años 30, cuando empiezan a expandirse las ideas del "welfare state" o del Estado del Bienestar. Ello trae como consecuencia una gran expansión del Trabajo Social, no realizado ya solamente por el voluntariado y las instituciones religiosas, sino por profesionales dependientes de instituciones seculares que actuaban según una formación más o menos especializada y basada en la generación de conocimientos de disciplinas como la Psicología Analítica, de la cual tomaban sus técnicas de intervención. La recogida sistemática de información detallada sobre los casos que debían abordar, así como la aplicación de estrategias racionales de resolución de problemas eran sus herramientas de trabajo fundamentales. Cabe decir que la pionera de la investigación y la intervención racional y empírica en el campo del Trabajo Social fue Mary Richmond con su obra Social Diagnosis publicada en 1917. 

Esta segunda fase de la evolución de la intervención en el ámbito social se la puede caracterizar por la amplia difusión del "trabajo de casos". En ella, la relación interpersonal - evidentemente ya existente cuando hablábamos de un trabajo asistencial y paternalista- se transforma en una relación profesional. Una segunda característica de esta fase sería la predominancia del modelo médico en la forma de intervención: exploración, diagnóstico y tratamiento. 
Finalmente, la tercera fase se extendería desde los años 60 hasta nuestros días. En esta fase, las actuaciones o intervenciones en el ámbito comunitario son mucho más complejas y diversas que en décadas precedentes, debido a que se han multiplicado los factores a los que anteriormente hemos aludido (especialmente en los últimos años): mayor exigencia de la sociedad a sus individuos, aumento de las problemáticas y marginaciones, etc. En consecuencia, son numerosas las instituciones que intervienen sobre los diversos individuos o colectivos problemáticos, marginales, o susceptibles de serlo, como después veremos. 
Esta tercera fase, que sin duda llegó mucho más tarde a los países de tradición católica -y, especialmente, al Estado Español por su largo aislamiento político, social y cultural durante la última dictadura-, se caracteriza por un abandono progresivo del trabajo de casos para pasar a un tipo de intervención dirigido a amplios colectivos; es decir, se pasa de un trabajo centrado en el individuo a uno centrado en la comunidad. En consecuencia, el tipo de intervención adquiere unas características específicas que la diferencian cualitativamente de la intervención propia de las fases evolutivas precedentes: la especialización, la prevención y la actuación por programas serían las tres notas diferenciales que mejor definirían a esta tercera fase de la evolución de la intervención en el ámbito social. 

Especialización, en el sentido de que cada una de las instituciones o, mejor dicho, cada una de las acciones de dichas instituciones dirigidas a intervenir en la comunidad social centra su atención prioritaria en un colectivo determinado, específico (adultos, ancianos, niños en situación de riesgo social, delincuentes juveniles, comunidades vecinales, parados...). No obstante, todas esas actuaciones, a pesar de ir dirigidas a colectivos muy diversos, tienen entre sí más puntos en común que diferencias: los objetivos últimos que persiguen, la filosofía o ideas en que se fundamentan, los presupuestos de partida, determinados aspectos prácticos (formas de planificación, fases de la intervención, técnicas concretas de intervención, formas de evaluación de resultados) e, incluso, el perfil de los profesionales que las implementan. 
La segunda característica a la que aludíamos es la prevención. Actualmente, la idea de actuar como remedio, de forma "terapéutica", cuando ya ha aparecido un problema, está quedando desfasada. El amplio y profundo conocimiento de la realidad social que hoy día tienen las instituciones y los profesionales del ámbito socio-comunitario hace posible la realización de pronósticos fiables sobre la evolución y/o futura aparición de problemáticas en determinados sectores de población; ello facilita el hecho de que puedan diseñarse intervenciones a medio y largo plazo que se anticipan a la aparición de tales problemáticas, poniendo al alcance de la ciudadanía los recursos necesarios para paliar o minimizar los efectos de las mismas cuando lleguen a manifestarse. 
Una tercera característica es la intervención por programas. Ello va indisolublemente unido a la idea de prevención y al hecho de dirigir las acciones a amplios colectivos. En el ámbito social, la prevención se realiza siempre mediante la puesta en marcha de programas destinados a una colectividad. Cabe decir, sin embargo, que si bien ésta es la tendencia general, ello no significa que el trabajo de casos, de tipo puntual y "terapéutico", haya desaparecido de escena. Lo cierto es que, en determinados ámbitos, tal enfoque de intervención continúa siendo necesario. 


Y, finalmente, una nota definitoria común a todas las intervenciones que las diversas instituciones realizan en la comunidad: se trata de una intervención educativa, didáctica, que busca enseñar o dotar al individuo de aquellas herramientas o recursos personales que posibiliten o faciliten su desarrollo como ser social en un ámbito comunitario. Así pues, a diferencia de las instituciones precursoras de la intervención social, las actuaciones de las modernas instituciones van dirigidas más a "enseñar a pescar" que a "ofrecer un pescado". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario